¿Por qué el libre mercado no se autorregula? Una reflexión desde la vida en comunidad

Por Mario Elizaincin – 2 de julio de 2025
La idea de que el mercado, si se lo deja funcionar libremente, tiende naturalmente al equilibrio y a la eficiencia ha sido uno de los pilares del pensamiento económico clásico y neoliberal. Esta concepción, que sostiene que los actores persiguiendo su propio interés generan un orden espontáneo que beneficia al conjunto, omite un factor central: la naturaleza humana y el contexto social en el que se inserta la actividad económica.

Para evidenciar los límites de esta noción, resulta útil una analogía sencilla pero potente: imaginemos una familia numerosa, o una comunidad en la que varias personas conviven en un mismo espacio. Si cada miembro se ocupa exclusivamente de sus propias necesidades —alimentarse, descansar, entretenerse— sin tener en cuenta al otro, rápidamente el sistema familiar se torna caótico. Las decisiones individuales, tomadas en función de intereses propios y sin coordinación, generan fricciones, desigualdades y malestar general. La solución a este desorden no proviene de una “mano invisible”, sino de la necesidad de establecer acuerdos, normas y principios compartidos, basados en valores como la solidaridad, la empatía, la responsabilidad colectiva y la cooperación.

Este mismo razonamiento puede trasladarse al ámbito económico. La suposición de que los mercados pueden autorregularse ignora que los seres humanos no actúan en abstracto ni en condiciones ideales, sino dentro de sistemas sociales profundamente marcados por la competencia, el individualismo y la desigualdad. Estas actitudes no son innatas, sino el resultado de una forma de educación que valora el éxito individual a cualquier costo, lo que refuerza patrones de conducta incompatibles con el bien común.

El economista chileno Manfred Max-Neef afirma que “el modelo económico dominante está fundado en supuestos absolutamente errados sobre la naturaleza humana”. En su visión, el ser humano no es un agente racional calculador como plantea la teoría neoclásica, sino un ser complejo con necesidades tanto materiales como afectivas, sociales, culturales y espirituales. Desde esta perspectiva, un sistema basado en la competencia ilimitada no solo no resuelve los problemas sociales, sino que los profundiza, generando exclusión, pobreza y destrucción ecológica. Para Max-Neef, una economía verdaderamente humana debe centrarse en la satisfacción de necesidades reales y en el fortalecimiento de comunidades solidarias.

Por su parte, el pensador húngaro Karl Polanyi, en su obra La gran transformación, argumenta que el mercado autorregulado es una construcción ideológica que jamás existió en la historia real. Según él, “la idea de un mercado autorregulado implica una utopía que desarraiga la economía de su base social y moral”. Polanyi sostiene que cuando se intenta imponer este tipo de organización, se genera una “destrucción de las bases humanas de la sociedad” y el sistema comienza a autodestruirse. Por ello, defiende la necesidad de “re-embedar” la economía en lo social, es decir, subordinar las reglas del mercado a los valores humanos y comunitarios.

En definitiva, así como una familia requiere de principios comunes y reglas claras para funcionar armónicamente, también la economía necesita instituciones, regulaciones y valores éticos que orienten la acción de sus actores hacia el bien común. Pretender que la suma de egoísmos individuales conducirá al bienestar colectivo no solo es ingenuo, sino peligroso. El desafío actual es recuperar una visión de la economía al servicio de la vida, de las personas y del planeta, y no al revés.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *